ES difícil mantenerse en las pisadas del bosque sin más ni más; permanecer impávido cuando todos se alejan; mantener la calma y no ceder ante los cantos lejanos de la vanagloria; es difícil respirar a cada paso la soledad plena y musitar con las alas de lo puro el silencio sosegado de las contemplaciones, sí, no caer en el desvío, en el laberinto oxidado del egotismo.
El centro desprende al individuo: lo somete a la pluralidad para la que no hemos nacido, pues nuestra naturaleza fuerza nuestra existencia. Lo desprende y desmenuza como un cuerpo de Orfeo suficiente ya por haber entonado los cantos primeros de la vida. El centro indudable no existe más que su inexistencia, pero habitamos en él aun sin saberlo, merodeamos sus límites, que son los nuestros; cuando creemos haberlo conocido se vuelve transparente...oh, dios, la transparencia.