ASÍ discurre quizás todo, como estas letras, como este diario incesante, sin rumbo, sin pretensiones altisonantes, sin querer decir más allá de lo que rodea y matiza la mirada. Concertadas por un principio o causa matriz que las convoca y las hacina como muestras de nuestro paso por este mundo, por esta realidad, persiguen una armonía secreta. Intuida, puede que solo imaginada.
Hay en todo una música secreta, acaso un largo meditar que se consigue en la soledad plena. Una soledad polifónica que restalla en el interior. Una soledad que desemboca en el silencio nutricio y que orillea, si así lo permite naturaleza, en poesía. Es el encuentro de los contrarios: la poesía, la confabulación de la palabra que aspira al silencio, de la sonoridad convocada en la música.
Música y silencio, matriz del poeta, verdadera encrucijada de bifurcaciones que confunden al aeda, que lo sitúan siempre en la duda interminable, en el largo meditar, lo repito, que solo lleva a la guarida de la pureza.