ESTA LUZ me ha recordado los paseos por las calles de París, por los mediodías cenicientos de la ciudad que me formó en literatura, en la mirada literaria sobre la realidad. Es una luz taimada, que apenas socava la retina del deslumbre. Un centelleo que sugiere, que contorna las figuras en un roce de transparencia; que no llega a excederse en su manifestación, antes al contrario, permite detenerse en la contemplación.
Pensaba esta mañana en la vida misma, en las aristas que doblegan las razones, en las injusticias, en la condición humana, en definitiva, en cómo cada cual observa y entiende el mundo. Por esa razón cada vez me inclino más a la libertad de cada cual, sin más parámetros que los de su entendimiento.
No puede uno estar en la defensa de posiciones ante la realidad más que para adentro, en silencio, en la retaguardia o el cuartel de invierno de la consciencia. Y allí, en ese recoleto estar, sí debe impregnarse todo de calma, de la tranquilidad que principia el estallido de la armonía.