LAS NOCHES de insomnio se viven en tono mayor, como en una suerte de dimensión diáfana y esencial. Abre uno los ojos en medio de la oscuridad arrancado por una señal desconocida que te retrae del sueño para devolverte a la vigilia. En ese mismo instante sabes que estabas más vivo y armonizado que nunca, en la espesura del sueño, en la materia desmemoriada de ti. Al mirarte la mano observas una antorcha, una antorcha inexistente que arde al ritmo de tu corazón en la noche.
Vuelves o pasas de nuevo por los sentidos con el insomnio, y ahí pierdes realidad, pero con una leve sospecha de que, por unas horas, estarás en la oscuridad con los ojos ardiendo, de que el contorno de tu cuerpo será inapreciable mas tan ancho y ajeno como desees.
Las ideas principian un conato de levantarte a escribir, ¿a escribir qué?, te dices meditabundo. Prefieres escuchar música antes de escribir, de levantarte y pasear por la habitación, como si Kafka estuviera dictando la trama de tu noche. Comienzas a pensar si no sería preferible beber algo que aplacara la situación, pero insistes en que la situación es extraordinaria y que debes atender a la profundidad de la noche, de los perfiles ocultos.