En La tempestad de Shakespeare, dejando a un lado la fascinación que me provoca la alquimia, la magia y el misterio de Próspero, existe una cosmovisión compartida con mi amado Calderón de la Barca. Puede que, en estos versos, se encuentre la semilla de lo que indico:
"De igual materia somos
que los sueños y nuestra breve vida
[en un sueño se cumple]
cabe en un sueño".
En marzo de 1968 lo escribía José Ángel Valente en su mejor libro, sus diarios. Y no apuntaba nada más; dejaba el pasaje, a lo Valéry, y el blanco que separa un día de otro en el papel.
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Con el tiempo todos van mostrando sus caras verdaderas: pasiones, preferencias, ideas, realidades personales. Pasan los años y son pocos, muy pocos, los que quedan. Sobre todo, los libros, las emociones figuradas en la memoria, las acciones y el recuerdo blanco de la escritura.
Hasta estos días siempre he actuado desde la limpieza moral. He renunciado a provechos personales por mantenerme firme en mis principios y fidelidades; acaso por edificar la sólida permanencia de lo que somos.
No ocurre eso alrededor, lo frecuente son los cambios sin sentido, las anomalías en las decisiones y, sobre todo, las repercusiones de la egolatría sobre los demás. Cuando repercute en lo propio la persona reacciona, muestra sus fauces, alarga la mano y arrea con lo que se ponga por delante. Así es pero me cuesta tanto aceptar que alguien no se mantenga en el principio que no puedo concebirlo.
... Al preguntarme por la categoría de los individuos que me acompañan siempre pienso en la sentencia de Rabí Najman de Breslav: "Nunca preguntes el camino a alguien que lo conoce, porque entonces no podrás perderte".