viernes, 24 de abril de 2009

El diario con Sándor Márai.



A lo que me condujo Jules Renard fue a una sensación mimética que jamás me había invadido. Mimética porque dedicaba todos los días del año pasado, una entrada a Renard tras haber leído una entrada de su Diario. El resultado fue tan gustoso por mi parte -pienso lo contrario en su resultado- que lo abandoné por peligroso. Siempre que me veo imantado por un autor o un estilo, una obra o una concepción literaria, la exprimo hasta el máximo y luego la abandono, como un león muerto de Hemingway. Sin embargo, la manía ha vuelto a despertarse tras haber leído las primeras líneas de Diario 1984-1989, de Sándor Márai. Un prodigio.


Por estos motivos -que no hacen falta justificar, pero que convengo en explicitarlos para mi conciencia- hoy comienzo otra aventura diarística, camaleónica y metamorfoseadora: la escritura al calor de la lectura de Márai.




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Su Diario comienza cuando ya era un anciano, un viajero del exilio que se acercaba a su fin. Los sueños, en su cabeza, precedían a la conciencia. Ulises bien pudo atestiguar en sus carnes la desavenencias de los tiempos modernos. En ese año, 1984, yo tenía tres años y la vida era un horizonte tan extenso como incomprensible. Ahora la extensión se ha reducido, me acerco a la treintena, pero la inexpugnable incomprensión ha ido en aumento. Dice Márai: "¿Fue mejor el siglo pasado?", y compruebo, no con tristeza, que en un tiempo me podré hacer esa pregunta.




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El 9 de enero, Edmun Wilson. Extraños vínculos entre la obra de Wilson y otras, en especial de su análisis de La cabaña del tío Tom. El ascenso social de la población negra también es destacado por Márai y, de repente, aparece esa rémora nazi que le aprieta con la soga invisible de la memoria: "Algo similar a lo que ocurría en las perreras nazis", al tiempo que añade: " sigue sucediendo en los gulags tal como lo describieron Solzhenitsyn y otros".
Sólo dos días y Márai saca a relucir el atosigado desgarro de la masacre nazi y comunista. ¿Los está igualando? Un archipiélago. Abandono el libro y comienzo a leer Archipiélago Gulag.
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El 15 de enero su preocupación es el conocimiento. El conocimiento es una búsqueda del conocimiento, un sacrificio perturbado por la imprenta y, ahora, añado, por Internet. En estos tiempos, saber no es una tarea ardua. Lo difícil es crear. Para el verbo crear "algo nuevo" es un pleonasmo. Dice Márai: " Antes de Gutenberg, había que buscar incansablemente la materia que se deseaba aprender".

El género literario es la fisonomía de un interior que sólo se tienta, se vislumbra, se intuye. Diario: "Todos los géneros literarios tienen una forma interior propia". El 18 de enero todo queda al respaldo de una tesis: Hungría es la base de la estrategia soviética.

Para el 20 de enero, sigo pensando en este diálogo que he comenzado hoy. Puer, senex. Un hombre mayor, Márai, que escribe en el exilio, en San Diego, azotado por la vejez y transitando el calvario de su mujer enferma, moribunda, para ser excatos. Consecuencias de la edad o la verdad de la edad. Me tumban las palabras que leo, me parecen sencillas, plenas, cimas de la identidad: "Cansancio, languidez, fragilidad".

Sabe Márai que las certezas van tomando la figura del desasosiego, por eso piensa en las plas bíblicas y en la ira del dios judío. Toma unas palabras de Lincoln, "cumplido los cuarenta cada hombre es responsable de su cara". Por lo que, extrapolado a la existencia, el nacimiento deja de ser del hombre, el nacimiento nos deja, el hombre se hace hasta la vejez y en la vejez comienza. La vejez es la plenitud de un sentido que se mantiene vivo, que nos mantiene vivos, y uno ya no es responsable ni mediador de su cara. Las fuerzas se desunen, desacompasan. La fuerza del músculo atiende a otras necesidades. "La personalidad y la conciencia discurren ajenas..." y nacen, entonces, apunto de morir.


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