En el primer capítulo del sobresaliente Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, se plantea nuestro Unamuno: ¿Para qué se filosofa? Y con esta interrogante he querido entrar en las páginas de Examen de ingenios, de Huarte de San Juan. Por último, he llevado sus planteamientos a la enseñanza en la actualidad.
Les podrá parecer extraño que lance un vínculo entre estos dos escritores, distantes en el tiempo y en el pensamiento. Antes al contrario, cuando he leído el prólogo que dedica Huarte a sus Examen, he querido ver cierta conexión: "Cuando Platón quería enseñar alguna doctrina grave, sutil y aparatda de la vulgar opinión, escogía de sus discípulos los que a él le parecían de más delicado ingenio y a sólo estos decía su parecer, sabiendo por experiencia que enseñar cosas delicadas a hombres de bajo entendimiento era gastar el tiewmpo en vano y echar a perder la doctrina".
Uno, que se dedica habitualmente a enseñar, no ha tenido más remedio que sentirse ahogado y desquiciado, en cualquier caso, trágico. Según Huarte, Platón seleccionaba la materia de su diálogo dependiendo de sus escuchantes: no es lo mismo Fedón o Alcibíades que el primer fulano que estuviese montado en un carro. Esta selección de la que se vale Huarte, me lleva a plantearme una solución a todo el mal endémico que se está criando en las aulas de los institutos: ¿debemos separar de principio a los que están preparados y están animados a recibir los conocimientos adecuados a su naturaleza? No sé si esto que escribo debe someterse a mayor juicio por mi parte, pero desde luego ha surgido al calor de las palabras de Unamuno y, posteriormente, de Huarte. ¿Para qué se enseña? Y, sobre todo, ¿A quiénes se enseña y qué? ¿Es adecuada la educación para los alumnos que tenemos o debemos seleccionar el contenido de nuestro diálogo en referencia a estos? ¿Reescribir los currículos o seleccionar a los alumnos predispuestos? ¿Todos están cualificados para entender a Platón o debemos negarle Platón a sus vidas, pues si no lo entienden? ¿No será todo esto una tentativa inútil y rayana en el trágico examen del ingenio, un vacuo sentimiento de esfuerzo inncesario?
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T, torre en que se sostienen cables.
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", pestañas de la cita.
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*, nieve de las palabras.
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ç, ce con hemorroides.
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¡, hombre sin extremidades.
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^, cejas de la palabra; sombrero a la francesa.
Exelentes greguerías. Enhorabunea.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, bienvenido a este trópico. Salud.
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