Esta reflexión es un eterno retorno, un transitar por los mismos fangos:
¿Para qué comprar tantos libros, si no tenemos tiempo de leerlos?
Cuando esta pregunta proviene de alguien que no es lector, le recorre a uno la sensación de olímpico senador de su biblioteca y, con esta sensación, la respuesta queda en nada, casi en la pregunta. Sin embargo, cuando la pregunta la plantea un lector avisado, considerado compañero parnasiano de viaje, queda uno trastocado y ebrio de inseguridades.
La respuesta no la sé, pero la falta de respuesta me está llevando a plantear unas hipótesis que arrancan de la propia negación. A lo mejor no es necesario tanta relfexión y habría que dejar el tema como un lastre que nos sobra, que no merece nuestra más minima preocupación. A pesar de todo, si hubiera que entrar en faena, creo que habría que aclarar varios conceptos para hacer frente a la disyuntiva, a saber:
¿Qué es leer?
¿Qué implica leer?
¿Qué es el tiempo?
¿Qué implica el tiempo?
Con estas -y otras tantas- preguntas podemos acercarnos al problema. ¿Leer un libro es pasar por todas sus páginas? ¿El tiempo para leerlos es el tiempo de los mortales? ¿Basta leer un libro para leerlos todos? ¿En ese tiempo de la lectura, qué hay de nuestra vida? ¿Es tiempo inmortal porque escapa de la cronología?
Casi sin darme cuenta, estoy imbricando el problema del tiempo para leer en una cuestión ontológica y eso, en definitiva, nos lleva al ser. Por tanto, leer es ser, leer implica tiempo.
Con estas aporías he desvirtuado quizás el problema, pero al menos intento luchar contra el sofoco que me invade, a veces, no siempre, el estar delante de tantos libros, inalcanzables aquí, ahora, ¿son, quizás, para otra vida?
La respuesta no la sé, pero la falta de respuesta me está llevando a plantear unas hipótesis que arrancan de la propia negación. A lo mejor no es necesario tanta relfexión y habría que dejar el tema como un lastre que nos sobra, que no merece nuestra más minima preocupación. A pesar de todo, si hubiera que entrar en faena, creo que habría que aclarar varios conceptos para hacer frente a la disyuntiva, a saber:
¿Qué es leer?
¿Qué implica leer?
¿Qué es el tiempo?
¿Qué implica el tiempo?
Con estas -y otras tantas- preguntas podemos acercarnos al problema. ¿Leer un libro es pasar por todas sus páginas? ¿El tiempo para leerlos es el tiempo de los mortales? ¿Basta leer un libro para leerlos todos? ¿En ese tiempo de la lectura, qué hay de nuestra vida? ¿Es tiempo inmortal porque escapa de la cronología?
Casi sin darme cuenta, estoy imbricando el problema del tiempo para leer en una cuestión ontológica y eso, en definitiva, nos lleva al ser. Por tanto, leer es ser, leer implica tiempo.
Con estas aporías he desvirtuado quizás el problema, pero al menos intento luchar contra el sofoco que me invade, a veces, no siempre, el estar delante de tantos libros, inalcanzables aquí, ahora, ¿son, quizás, para otra vida?
***
La mañana se va entregando con su bajamar y con una panoplia de desconciertos. No termino de configurar mi respuesta a la lectura cuando otras palabras me distraen y extravían. No es para menos.
“El arte tiene más valor que la verdad”, sentencia Nietzsche en Voluntad de poder.
“La obra de arte es un modo de acontecer de la verdad”, dice Heidegger en Arte y Poesía.
Uno, Nietzsche, sobrepone el arte a la verdad en términos de valor, aunque en definitiva establece cierta filiación entre ambas, porque para superarla debe pertenecer a ella, se origina con y en ella.
Heidegger, por su parte, admite que hay más formas de revelación de la verdad aun sin nombrarlas. Está proponiendo la aletheía griega, el acontecer como manera de encontrar la verdad, a través del arte.
Ambos admiten el principio de verdad y ambos consideran el arte como una disciplina capaz de revelarla e incluso de superarla.
¿No será la verdad la que revela el arte, no mueve la verdad al artista a su configuración?
***
Tiempo de lectura, un modo de acontecer de la verdad, en su transcurso no hay cronología, sólo desvelo de los límites.
***
Leer, verdad absoluta, posee más valor que ella y a la vez es un modo de acontecerla.
A mí también me ha pasado eso de verme frente a tantos libros en mi biblioteca y sentir que son demasiados por leer, pero es el deseo de querer ser una máquina y poder leerlos todos y muchos más, lo imposible pero en el gusto de estar en la lectura de un libro especial ya debe estar nuestra felicidad y hay que enfocarse en eso.
ResponderEliminarEl arte es un tipo de verdad para mi apreciación, pero cuando el escritor realmente posee esa magia que no esta en todos los alcances.
Saludos.
Mario.
Gracias miles por tu comentario, Mario.Bienvenido.
ResponderEliminarCreo que los libros que están por leer son como los años que quedan por vivir. Uno nunca sabe ni cuántos ni cómo serán, sólo sabe que mientras pasa el tiempo están ahí y van pasando y van leyéndose (o no). En cualquier caso, los lea más o menos, para mi son necesarios, porque cohabitan mi espacio y son mi hábitat.
ResponderEliminarGracias a ti por el recibimiento. Me parece interesante tu bitacora aunque a veces me hagas trabajar para entenderte.
ResponderEliminarPor cierto como te gusta usar la palabra yuxtaposición, como anécdota te cuento que algo así le pasa a Gabriel García Márquez con la palabra diáfano.
Saludos.
Mario.
Hola, Mario, gracias de nuevo por abrir este diálogo.Efectivamente, los idolectos están para cumplirlos, es decir, a veces una palabra te agarra y no te deja hasta pasado un tiempo. Recuerdo "diáfano" al inicio de Cien años de soledad, tuve la misma impresión.
ResponderEliminarEn cuanto al trabajo que te implica leerme, perdón hasta dónde me sea posible.Siempre entendí las lecturas gratificantes como aquellas que me asediaban desde el principio; renuncio a los clichés, a las frases manids, a todo lo que suena a charla de la calle.Aunque también es cierto que siempre hay que ser claro y si no lo consigo estoy fracasando. Salud.
Magnífca comparación, Jaime, nada mejor que hacerlo con los años venideros, siempre inciertos. Salud y gracias.
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