Hoy hablaba con R. sobre el proceso de la corrección en la poesía y en el arte en general. Nos dejamos llevar por las experiencias personales. Una, la suya, dilatada. Otra, la mía, apenas comenzando. Defendía yo con vehemencia la corrección como un proceso insoslayable de la creación misma. Y ponía R. algunos reparos, siempre con tino, a la frescura y la sabiduría que se escapa en esos retoques, en esos nuevos perfiles.
Insistía en la selección minuciosa de un adjetivo o de un adverbio. Y r., sonreía, con la paz del trasiego labrado, y en su mirada parecía encontrarse su certeza ante mi impulsiva defensa.
Al cabo de un rato, cuando me he puesto a escribir, en esta tarde muerta y de miembros tristes, he vuelto a releer algunos poemas que voy escribiendo en estos meses. Impasible, como un padre sin hijos, como una rama desnuda, azotada por el viento únicamente, he leído los versos. Y lo he hecho como si nunca más los fuera a retocar, para que así queden en la memoria, con sus inapropiadas palabras, como es la vida, al fin y al cabo.
Insistía en la selección minuciosa de un adjetivo o de un adverbio. Y r., sonreía, con la paz del trasiego labrado, y en su mirada parecía encontrarse su certeza ante mi impulsiva defensa.
Al cabo de un rato, cuando me he puesto a escribir, en esta tarde muerta y de miembros tristes, he vuelto a releer algunos poemas que voy escribiendo en estos meses. Impasible, como un padre sin hijos, como una rama desnuda, azotada por el viento únicamente, he leído los versos. Y lo he hecho como si nunca más los fuera a retocar, para que así queden en la memoria, con sus inapropiadas palabras, como es la vida, al fin y al cabo.
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Como esas marcas en el agua, que surgen arrancadas de una espuma secreta; como esas tierras que soportan a la intemperie el calor golpeando sus sienes; como esos labios solitarios que buscan el prodigio carnal de la huida, he tendido mi silencio en el olimpo de la tarde. Estas palabras volverán sobre mí y vendrá en mi busca. Para entonces seré otro, pero seguirá en mi el peso de la oscuridad en la habité como humano. Ellas solo serán cenizas en la luz.
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En el poema de Baudelaire, "El albatros", hay un verso que resume la dimensión en la que sitúa el autor francés al poeta. Lo hace, indicando el vilipendio al que es sometido por la sociedad, por los insoportables humanos que azuzan los días en claro. Esos señores, que actúan bajo la hipnosis de la especie y los instintos, no pueden mermar en absoluto la idea rotunda que habita en el poeta. Por este motivo, "Sus alas de gigante le impiden caminar", el verso en cuestión, vislumbra la postura del poeta en el mundo. He vuelto a los versos, alicaído, como si las alas estuvieran mojadas por la falta de conciencia de hoy.
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