Parece que la vida lo va conformando a uno como un lobo estepario. El hombre de este tiempo es un mezquino reflejo del mundo en que vivimos, un mundo apartado de la esencia y de la profundidad del individuo. No son estas palabras quejas ni reclamos, mas no puedo dejar de anotar en este cuaderno, cómo lo mediocre lo inunda todo, poco a poco, y cómo, la literatura, el amor y la música, lo van soliviantando todo y siempre.
Estos temas se han ido convirtiendo en territorios vitales, en los que me renuevo y recupero. Porque si esta soporífera comedia humana fuera la constante de la que me nutriese, estaría arrumbado en el vacuo sonido de la intrascendencia.
Estos temas se han ido convirtiendo en territorios vitales, en los que me renuevo y recupero. Porque si esta soporífera comedia humana fuera la constante de la que me nutriese, estaría arrumbado en el vacuo sonido de la intrascendencia.
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X. me dice que escribo, en muchas ocasiones, como si fuera un posromántico y que utilizo palabras que están alejadas de los usos modernos, palabras como trascendencia, eterno, olvido o Corelli. Ante eso, me quedo un rato observando la pintura de Hans Leu (1490-1531) titulada “Orfeo tocando la lira entre los animales” y sonrío abiertamente a pesar del rostro del dios tocando en medio del bosque.
En estos días, en que releo a Rilke, pienso de nuevo en eso que X me había recriminado y llego a la conclusión de que Rilke los mismos lectores que tuvo en su tiempo y ahora serán los del futuro, porque la materia del espíritu, la mención poética en su plenitud, es un ejercicio del intelecto. Un ejercicio parecido a ese órfico ejercicio en medio de la oscuridad del bosque que nunca tuvo otra utilidad que la de trascender en la permanencia.
En estos días, en que releo a Rilke, pienso de nuevo en eso que X me había recriminado y llego a la conclusión de que Rilke los mismos lectores que tuvo en su tiempo y ahora serán los del futuro, porque la materia del espíritu, la mención poética en su plenitud, es un ejercicio del intelecto. Un ejercicio parecido a ese órfico ejercicio en medio de la oscuridad del bosque que nunca tuvo otra utilidad que la de trascender en la permanencia.
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Todo lo que importa está en calma, crece en el equilibrio y se alimenta del silencio. Un árbol, el deseo, un libro, las sombras. Lo apremiante es una estación pasajera. Siempre hay que estár más allá, lindando en el límite de la cosa en sí. En esa lugar en que uno se deshace de sí mismo es donde comienza la plenitud.
Estimado Tomás: no he podido más que sentirme en parte indentificado con un X, variable que creo que no has elegido al azar, sobre todo por la pequeña discusión que tuvimos en clase sobre la "trascendencia" (me permito el lujo de entrecomillarla). La literatura, el amor, la música, son para mí, como diría el maestro Cortázar, nada más que turas, léase, invenciones, pero tan bellas como necesarias. Y eso, aunque pueda parecer paradójico, a las ancla a este (para mí único mundo posible, el material, y les restituyen su esencia. Tu posromanticismo para mí, es la más acertada y maravillosa forma de resistencia, como pueda serlo la literatura de de Villa-Matas o Trapiello, por citar algunos de los que ambos admiramos y que siguen resistiendo, no sé si transcedente o no, pero desde luego, repito, tan necesaria como la imprescindible apología de la inteligencia y del ser humano que cada día leo en tus posts. Un abrazo y sigue así.
ResponderEliminar"Terrible tarea la de chapotear en un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna, por decirlo escolásticamente. ¿Qué se busca? ¿Qué se busca? Repetirlo quince mil veces, como martillazos en la pared. ¿Qué se busca? ¿Qué es esa conciliación sin la cual la vida no pasa de una oscura tomada de pelo? No la conciliación del santo, porque si en la noción de bajar al perro, de recomenzar desde el perro o desde el pez o desde la mugre y la fealdad y la miseria y cualquier otro disvalor, hay siempre como una nostalgia de santidad, parecería que se añora una santidad no religiosa (y ahí empieza la insensatez), un estado sin diferencia, sin santo (porque el santo es siempre de alguna manera el santo y los que no son santos, y eso escandaliza a un pobre tipo como el que admira la pantorrilla de la muchacha absorta en arreglarse la media torcida), es decir que si hay conciliación tiene que ser otra cosa que un estado de santidad, estado excluyente desde el vamos. Tiene que ser algo INMANENTE, sin sacrificio del plomo por el oro, del celofán por el cristal, del menos por el más; al contrario, la insensatez exige que el plomo valga el oro, que el más esté en el menos. Una alquimia, una geometría no euclidiana, una indeterminación up to date para las operaciones del espíritu y sus frutos. No se trata de subir, viejo ídolo mental desmentido por la historia, vieja zanahoria que ya no engaña al burro. No se trata de perfeccionar, de decantar, de rescatar, de escoger, de librealbedrizar, de ir del alfa hacia el omega. Ya se está. Cualquiera ya está. El disparo está en la pistola; pero hay que apretar un gatillo y resulta que el dedo está haciendo señas para parar el ómnibus, o algo así".
ResponderEliminarCORTÁZAR, Julio: RAYUELA, Madrid, Cátedra, 1997, capítulo 125.
La mayúscula hace las veces de subrayado, que, por supuesto, es mío.