domingo, 23 de mayo de 2010

Puede suceder que, en los días preclaros en que nada tenemos que decir, vivamos a merced de las palabras.


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Ser, nada más. Y basta… hay en estos versos una inclinación a la quintaesencia, pero con la patina del ritmo. Por tanto, poesía.

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Parece que en la tarde, las luces se obcecan con los ángulos que han seleccionado. Y que la oscuridad despliega su manto como un campo de zafiros donde pacen estrellas. Pero me detengo en ese ejercicio de selección que se produce en la tarde, cuando las luces se inclinan en penitencia y oscurecen resaltando. Es la hora de la pintura, dice Ramón Gaya, y también verso contenido.

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No sé cómo un poeta puede dejarse embaucar por las mieles de lo moderno. Digo un poeta como si estuviera diciendo un pintor o un músico. En definitiva, quien un día encarga a su voluntad que ejecute eso para lo que ha venido. Porque el hombre está aquí para una sola cosa y quien descubre esa escondida tarea, debe entregarse a ella sin remiendo.

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Escuchando a Corelli uno entiende cómo es el púrpura del cielo.

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