miércoles, 8 de septiembre de 2010

Al recordarme Lisboa, lo primero que hizo R. fue hablar de Pessoa. Eso hizo que con rapidez comenzara a proyectar el último septiembre en Lisboa. Librerías, paseos vespertinos, encrucijadas con gente que deambulaba sin concierto. Había una solemnidad de lo callejero, una proclama muda que procedía de la luz y que se anclaba en los cafés. En ellos recuerdo a M. sofisticada y soñadora, con especial predilección por los designios del futuro.
En las palabras de R. estaba sostenida la emoción de un lector que consigue auspicio entre los libros y los sujetos dominantes del escritor portugués. De Lisboa proceden algunos versos que he escrito en soliloquio. Creo que en el soliloquio anida la encrucijada de la pluralidad.

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Dudo, cada vez más, de la palabra. La cercanía y la fuerza emotiva con que experimento ciertos hallazgos son mucho más potentes que la nominación de la realidad. La palabra no siempre es causa, sobre todo en niveles en que se penetra profundamente en la realidad. Hay fuentes más enraizadas en el hombre. Por lo tanto, si en algún momento las palabras quieren tener pretensiones de verdad, de ser solapado a la realidad, deben ser silenciadas. Así que es el sujeto, en la intimidad de un sujeto, el que posee el terreno de la epifanía o del aura. Sólo en un hombre puede contenerse la belleza.

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Dice Leibniz, “¿por qué no hay nada?”. Y eso me lleva a Shakespeare, a un pasaje de Hamlet. Al inicio, Marcelo le pregunta a Bernardo, si ha vuelto a ver algo. Bernardo, en una frase que puede pasar desapercibida en la primera lectura le contesta: “No he visto nada”. Y a partir de ahí comienza una reflexión sobre la fortificación a la que someten los sentidos cuando la fantasía irrumpe sin causas concretas. Leibniz bien pudo preguntar, ¿yo soy el que no ve la nada?
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Escribo desde el sótano, rropado por un silencio blanco, un blanco nocturno. Puede decirse que la habitación está intacta y que , por primera vez, resuenan en ella la cardiopatía de unos dedos tecleando. Hasta el momento, sólo había escrito en un cuarto de la casa, en Murano, que está en la planat alta, pero hoy hemos decidido que debíamos tener un espacio mejor acomodado para poder escribir o estudiar. De esta forma, en el sótano, totalmente sólo, rodeado de la parte de la biblioteca que recoge la Historia, la Filosfía o la Antroplogía, me dedico a escribir, a escribir bajo tierra. En esta humedad la palabras parecen surgir de unas raíces más verdaderas y diáfanas.

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