Antes de comenzar a escribir, repaso algunas páginas antiguas del diario como si fueran antiguallas repletas de polvo que necesitan que alguien las haga relucir, si es que en algún momento relucieron. Este engolarse no es nada bueno, pues advierte uno que la diversidad no es precisamente la virtud de las mismas. Leo incluso algunos textos de hace dos o tres o cuatro años, pues este mes de julio se cumplen cuatro años desde que comencé a llevar estas anotaciones sueltas. Todo comenzó en París, que no se acaba nunca, que sigue siendo una fiesta para la escritura y para el recuerdo de lo literario.
Cuatro años no son nada cuando uno lee los Diarios de Kafka, por ejemplo, o los Diarios de otros escritores que supieron mantenerlos a escondidas por lustros. El caso de Trapiello, en España, que los mantiene desde hace décadas sin hacer concesiones en un ápice; y de otros tantos escritores desconocidos, que no forman parte de esos cánones tan pronunciados y que tanto gustan a los que se creen entendidos.
Nunca el diario, como la poesía, tendrá el reconocimiento público de la novela. Nunca un crítico –si es que hoy existe esa categoría- saldrá a defender un diario por encima de cualquiera de las novelas mediocres que se publican.
He descubierto que el diario es junto a la poesía el género de la intimidad, pero también el de la más solemne universalidad y libertad. Porque en ellos puede uno hacer lo que quiera, caso contrario de la novela, porque cuando una novela quiere poseer todos los matices de lo interno, sin atender a los cauces de la narrativa, se acerca demasiado al diario o a la poesía. Es decir, ni la verosimilitud, ni la ficcionalización ni ninguno de los criterios con que se intenta esclarecer qué es lo literario puede vislumbrarse con nitidez en lo diarístico. Es todo, una vida narrada, y es nada, pues la vida de un hombre no vale más que la de otro hombre.
Es por ello por lo que, de un tiempo a esta parte, no puedo leer artefactos puramente narrativos y sí puedo releer Bouvard y Pécuchet, de Flaubert, o a Unamuno o a Cervantes o a Kafka o a Musil sintiéndome en la más absoluta libertad como lector, ya que estos autores actuaron desde la pureza de la palabra que no se cercena por convención alguna. Si sus obras hubieran querido acomodarse a los parámetros de un género literario de la tradición tal y como les legaron, no tendríamos las maravillosas páginas de K. o los pasajes del Ingenioso Hidalgo, sino pasajes amordazados que cumplen solo con lo establecido.
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Son habituales las serendipias. La última me ha hecho vincular a George Steiner con la “Historia troyana polimétrica”. Dejé escritas mis impresiones sobre las lecturas tempranas de la Ilíada y la Odisea que realizó Steiner junto a su padre. Destaca el autor la importancia del pasaje en que Aquiles entra en cólera, -oh, musas- después de conocer la muerte de Patroclo. Así la parte conservada de la Historia troyana polimétrica comienza justo con el llanto de Aquiles por la muerte de Patroclo. Es decir, la "errata" de Steiner es una elipsis de la literatura medieval continuada en el siglo XX, con la figura de un lector moderno. O pudiera interpretarse como una metalepsis absoluta y Steiner puede entenderse como el lector-escuchante medieval que se ha transformado con los tiempos.
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Cuando Unamuno se refiere a la lengua, insiste en que no se habla una lengua sino que se vive en ella y por ella. De este modo entiendo con más profundidad el siguiente pasaje de San Manuel Bueno, mártir: “Todos le queríamos, pero sobre todo los niños. ¡Qué cosas nos decía! Eran cosas, no palabras.” En otras consideraciones, llega a afirmar Unamuno que “una lengua no solo lleva consigo una manera especial de concebir la realidad sino hasta de sentirla”.
Leyendo estos pasajes de la novela, Unamuno me conduce a Platón y a toda una teoría de la palabra que pretende ser la cosa misma, como quería JRJ desde siempre. No dejan de embaucarme estos escritores de principio de siglo que, cada vez, me parecen los mejores del siglo XX español con mucho. Y de la misma forma que unos se agrandan con el tiempo, otros se achican con el tiempo.Son cosas, no palabras.
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