Ayer se rompieron las gafas. Cayeron al suelo tras un golpe con el brazo. En su caída iba un perfil de la realidad que tardaré tres días en recuperar: la figura contorneada de los objetos. Recordé el poema de Muñoz Rojas en que reivindica el poder luminario de las gafas tras haberlas perdido. Yo las rompí con mi torpeza y, desde ayer, la realidad es más neblinosa que nunca, fragmentaria, yuxtapuesta, cubista, magritteana.
Quizás sea esta la mirada más real que he tenido nunca, la mirada neblinosa, desfigurada que solo traza intuiciones en tu cerebro. Vivir así es vivir en el tanteo, en la suposición, ¿qué es el mundo para el hombre?
Esa pérdida provoca que tenga que acercarme el libro mucho más a la cara, a los ojos para poder leer las letras con nitidez, casi estampármelo contra el rostro. Las palabras, en la distancia, son aún más neblinosas que los objetos, son obsoletas marcas en un blanco perpetuo. Se igualan, por tanto, las palabras y los objetos en la distancia, sobre todo cuando tu vista es deficiente o está mermada o necesita de un artefacto visual para verlas con precisión. Las gafas han sido un objeto de culto desde que se inventaron, un símbolo de erudición en el Medievo, un soporte que amplía y matiza las imprecisiones de los ojos. Solo verán tus ojos.
Joyce, Borges, Homero conocieron el derrumbe de las retinas, unos por completo, otros en un gran porcentaje. En cualquier caso, esta pérdida de los sentidos puede paliarse con algunas soluciones eficientes. Pero no es el caso de la sordera en la música: la sordera es la pérdida del universo. Así, cuando uno supo que Bach era ciego no tuvo problemas en comprender cómo siguió componiendo, pues prescinde la música de toda visión infalible y material. Sin embargo, Beethoven, ay, Ludwig…acariciando la divinidad con los cuartetos que procedían de su sordera celestial, ay, la sinfónica manera de entender el mundo sin oírlo, apenas escuchándolo. Cuando el poeta llegue a contemplar con la mirada ese estado musical, de creación luminosa, podrá empezar a pensar que brota la poesía porque jamás sabrá cómo suenan sus palabras.
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