Las buganvillas rojas arrojan arrogantes una sombra fresca y plácida. Le entra a uno ganas de morderlas, de darles un bocado y masticarlas. Así, la hoja del níspero, color esmeralda, parece que llama desde lo alto. Son sus mensajes archipiélagos repletos de sentencias que debe uno descifrar.
Me encuentro enfrente de un cerro yermo, colmado de espesura, como en el último tramo de un horizonte solo intuido. Espacios, extremos, silencios hondísimos. Solo oigo crujir un ramaje y, de entre el ramaje, un susurro, un susurro lento y armonioso. Pienso. Todo parece de otra edad, de una inmensidad que me anega. Naufragar en ella es dulce y atrevido, pero es solo la respuesta que puedo ofrecer.
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