Después de todo, iremos a Escocia. Lo hemos decidido porque pensábamos que nos faltaba el concepto del viaje sin preámbulos, sin que antes hubiera existido en la memoria. Es así por lo que queríamos hacer un viaje a la naturaleza, a la estación total del agua, de los ciclos en quietud. M.C. propuso pasar unos días en Escocia y así lo haremos dentro de poco, ¿o ya estamos aquí y todo esto es una reminiscencia de lo que nunca fue?
La preparación supone un ritual, una danza que va embaucándome lentamente. Leo algunas páginas sobre la zona, luego indago sobre sus escritores; de la misma forma, busco noticias sobre la gastronomía de la zona. Sin embargo, lo que imanta este viaje es la contemplación de las aguas y los montes, de la verdura permeada de silencio.
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Desde ayer por la mañana, unas páginas que tenía escritas con algunos versos y ciertos conatos de poemas, se han ido configurando en otra materia, poética, pero de calado distinto. Los versos, que nacieron por cauces diferentes, se han ido trenzando unos con otros, como si siempre hubiera sido así la palabra y como si uno nunca hubiera tenido nada que ver con ellos.
Ha resultado todo de una extrañeza portentosa. Nunca antes había tenido esta sensación de estar en medio de la edificación de un poema, a pesar de que la factura final sea pésima. Iba escribiendo que, a poco que iba uniendo un verso antiguo con alguna ocurrencia moderna, a poco que iba constatando las sílabas de este o aquel verso, me sentía alrededor de todo, extraño, ajeno, parasitario de la obra.
Esta mañana retomé el trabajo con recelo, pues necesito más lecturas para afrontar este proyecto, quizás más vida o más voluntad por querer expandir la palabra por donde nunca antes había pensado hacerlo.
Un poema, eso sí, un poema total, demoledor, unitario, polifónico, polirrítmico, que provenga de la estridencia pero que suene a Armonía. La música bella y verdadera siempre es Armonía.
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Aunque ya dejé escrito que Italia es la poesía y el amor, es la geografía del amor. Esta semana volveremos a las tierras candentes de Emilia Romagna para terminar de explorar la zona. Sabemos que allí las tardes son cenáculos de la belleza y que la piedra retumba todavía en el arsenal del pensamiento. La ciudad es un complejo de insinuaciones,
de verdaderas catas de lo eterno y lo perenne. Las cúpulas pronuncian las estaciones del aire.
El viaje a Italia es bien distinto. Supone una verticalidad profunda, insólita en cada contacto. Viajar a Italia es como viajar por de dentro, por uno mismo, por sus propias galerías y catacumbas, pero por los pasadizos por los que nunca antes había transitado. después de Italia siempre se prende una antorcha en la mano y en el alma.
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