AQUÍ sostengo a E.en el brazo izquierdo mientras la escucho respirar. Respira, inspira con una verdad de encina solitaria: en ella el mundo se hace pulmón, con ella el mundo encuentra una forma a la que amoldarse. Luego, su aire vuelve, entregado puro, al mundo. Y quizás soy yo ahora el que respira lo que ella fue y está siendo mientras mi brazo la sostiene. Qué lecciones, cada tarde, me da E. con su presencia y con su vida, lecciones de pureza, de verdad. Así quisiera que fuera mi palabra, que brotara limpia y bella, natural, sin estridencias, solemne entre el aire sosegado, pero cargada de vida y verdad indudable. ¿Cómo trasladar todo este arsenal de pureza a la literatura?