EN los versos de Broch hay lo que Baudelaire llamaba correspondencias. Estas encrucijadas que lo poético establece en su cruce con el arte y la realidad. Desde la vida, desde la más absoluta convicción de la fidelidad en lo poético, el poeta llega a encontrarse en una encrucijada de cauces insomnes, de dispares apariencias. Ante esa confusión, cierra los ojos, aprieta las carnes, se desnuda, se deja embriagar por el aroma de la música del cosmos, respira, respira en lentitud la humedad de la tierra. Sin tener conciencia, siempre tuvo entre las manos un elemento luminoso que guiaba sus pasos, una luminiscencia perpetua, ajena, externamente habitada. Al final de todo, la luz reside dentro y nos dicta como un demiurgo lo que somos: el ser . Es inconfundible, clara, evidente. Es la poesía.