viernes, 27 de septiembre de 2013

EL escritor termina por desear el conocimiento de los principios de la literatura, no de los actos literarios en las obras, de las palabras exactas y empleadas, sino del origen y causa de los mismos. La literatura es un arte, completo, global, de la palabra. Una manifestación estética del verbo amparada por los resortes éticos del escritor. La literatura consiente una lengua velada, autotélica. Ella misma es el misterio nombrado.  

*** 

Aquí, en el despacho 
en que trabajo por las tardes, 
llega la luz del sur. 
Lo hace sigilosamente 
procurando medir la forma 
de los cuerpos sin ser 
notada a los ojos. 
Es una cálida luz, dulce, 
medidamente verdadera. 

Mi mano roza su fatuo perfume 
cuando sujeto unos papeles
al aire de esta soledad 
y se atestigua, en las sombras, 
su proyección atlántica. 

Su forma y el otoño 
son la medida justa 
de este aire reminiscente de marismas y humedales. 
Todo ello ocurriendo en el cuerpo, 
en la memoria que lo empaña 
todo y todo lo entristece. 

***

El tiempo de lectura queda sujeto a los mismos textos. Los he convertido en un tablero de ilusiones, una tabulación de los símbolos. Antes realizaba lecturas en horizontal, ahora comprendo que la literatura es cuestión de verticalidades en el individuo.