EL escritor termina por desear el conocimiento de los principios de la literatura, no de los actos literarios en las obras, de las palabras exactas y empleadas, sino del origen y causa de los mismos. La literatura es un arte, completo, global, de la palabra. Una manifestación estética del verbo amparada por los resortes éticos del escritor. La literatura consiente una lengua velada, autotélica. Ella misma es el misterio nombrado.
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Aquí, en el despacho
en que trabajo por las tardes,
llega la luz del sur.
Lo hace sigilosamente
procurando medir la forma
de los cuerpos sin ser
notada a los ojos.
Es una cálida luz, dulce,
medidamente verdadera.
Mi mano roza su fatuo perfume
cuando sujeto unos papeles
al aire de esta soledad
al aire de esta soledad
y se atestigua, en las sombras,
su proyección atlántica.
Su forma y el otoño
son la medida justa
de este aire reminiscente de marismas y humedales.
Todo ello ocurriendo en el cuerpo,
en la memoria que lo empaña
todo y todo lo entristece.
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El tiempo de lectura queda sujeto a los mismos textos. Los he convertido en un tablero de ilusiones, una tabulación de los símbolos. Antes realizaba lecturas en horizontal, ahora comprendo que la literatura es cuestión de verticalidades en el individuo.