LA VOZ, la voz propia, la identidad que se manifiesta tras el bagaje de las lecturas y la experiencia de la vida. La voz que emerge de uno mismo con su entonada candidez y su intonsa escultura. Esa voz son los ojos que contemplan hacia dentro y que se vuelven nacimiento y rendición; son aspavientos en la nebulosa de la memoria, en la noche de luz y en el huracán de la piel más hermosa de la aurora.
La voz se alza entre los matorrales del individuo. Tornasolada, erigida como un baluarte, nos pisotea hasta la extenuación y nos deshace para redimirnos y convocarnos al tiempo que no nos pertenece, al tiempo que socava la sombra y la azada, al tiempo de la poesía que es eternidad.