LA literatura es palabra, pero no solo palabra. Es manifestación. Discurso. Comunicación. Por su naturaleza, quizás la forma de creación más cercana al hombre, al hombre con las manos en la tierra, con el rostro al viento, con las minucias y paradojas que anidan en su entraña.
La música pertenece a otra dimensión del ser, pero la literatura es la que alcanza esa catarsis de realidad más atinada y ajustada.
Esta reflexión es fruto de la lectura de la Poética de Aristóteles y de su concepto de mimesis, de esa consistente teoría que tan ampliamente se ha desplegado en las teorías literarias de occidente hasta nuestros días. De una o de otra forma, todos los teóricos o los que han tratado de establecer el qué de la literatura han surcado el menudo libelo de Aristóteles. A la contra o a favor de sus postulados, los lectores se han posicionado sin remiendos. Aún recuerdo lo que afirmaba el filósofo y la distinción que establece entre Historia y Poesía.
Con claridad, el filósofo indaga en la esencia de la literatura y quizás lo hizo con más tino que Platón, pues este último encauzó su pensamiento sobre todo, y así lo pienso, en la lírica. Para uno, Aristóteles escribe acerca de la poesía, pero Platón es poesía en sí.
Platón mismo era poeta, lírico, músico, tocante del aulós mágico y mistérico y eso se traslada en sus teorías. Aristóteles, sin embargo, punzó en la naturaleza de la palabra narrativa, épica, dramática, poética, literaria en general. La literatura es mimesis de las acciones y de los modos de ejecutarlas en referencia al hombre. Esa es su maravilla y precisamente su restricción. La palabra es el fundamento para el hombre y para la literatura, no así para la música y, en parte, para la poesía.
En Aristóteles leo la inteligencia aplicada a lo literario; en Platón, el devenir del cauce mágico de la poesía. Haz y envés de la consciencia para el mortal.