SUENA Ave regina de Guillaume Dufay y mantengo en el recuerdo los días en Salamanca. Poesía, poesía y vida trenzados en un sentir permanente. La memoria se expande hasta el encuentro con el origen. Gracias a otros poetas me voy convenciendo de la naturaleza de la palabra poética. De su vivencia ancestral, de su música de agua. Cada vez más alejado de mí, más siendo otro.
Porque la literatura ha sido siempre una corriente alterna, una estación de eternidades. Es eso lo que hallo en la lectura de Eternidades de JRJ en la edición añeja y deliciosa de Renacimiento. El poeta de Moguer está, a cada momento, recordando la plenitud de la poesía y lo hace, además, con la creación. Del poeta moguereño me atrae la consciencia de la elaboración no de la palabra sino de la palabra poética. En este cauce, JRJ tuvo a Goethe y a Swedenborg como alumbramientos. Quizás no alcanzó a desasirse por entero como otros poetas, pero desde luego, en nuestra lírica, consiguió vislumbrar de cerca el centro indudable de la poesía.
En cuanto he vuelto de Salamanca he abierto un libro de María Zambrano. He leído por aquí y por allí, por esta página y por esta otra, espigando deliberadamente un itinerario de lecturas. En todas he percibido pureza y verdad sobre la poesía como pocas veces los poetas demuestran. Claudio Rodríguez, también fray Luis me han acompañado desde la vuelta.
He pensado en la Ginestra de Leopardi y en las encinas con que Platón trataba de enseñar las contemplaciones, estas contemplaciones del trópico de la mancha. Y he acabado releyendo a san Juan de la Cruz y a Calderón de la Barca. Una especie de confirmación me deleitaba, una suerte de indagación perpetua que no puedo soslayar y que, rodeado de poetas, no hace más que agrandarse y ocuparlo todo.