jueves, 7 de noviembre de 2013

UNO y otro poeta asumen las destrezas de la técnica. Aplican con método este recurso y aquel acento rítmico, este retrúecano y aquella sinestesia, un encabalgamiento suave que pretende encabalgar al siguiente verso y hacerlo discursivo y meditativo  al son versal de los acentos. Conocen al dedillo las particularidades del silabeo, del ritmo, de la métrica. Han leído a grandes autores y conocen, casi de plantilla, los versos señeros que atestiguan la música de los versos. Toda la tópica clásica está en sus molleras; de cualquier tema arrancan con ejemplos de relumbre. 

Sin embargo, uno empieza a componer y otro, desde el inicio, a crear. El primero consigue una pieza ordenada, ajustada a lo correcto, una composición a la que no se le puede poner falta en cuestiones formales. El otro, sin embargo, es una luminaria de misterios. La palabra del primero quedará en nada, en eco de la forma que persigue; la del segundo, será fértil por siempre, creación verdadera. El primero es versificador; el segundo, poeta. 
Qué los diferencia es el qué de la literatura y probablemente la esencia de esa manifestación sea una armonía entre lo endógeno y lo exógeno para la palabra poética.