ME ACOMODO las gafas bicolor que estreno desde hace unas semanas. Agarro un libro, Al faro, de Virginia Woolf. Comienzo a leer: revolución.
De Parménides me agita cualquier palabra, cualquier pasaje de su Poema. No me extraña que Heidegger o Nietzsche condujeran sus atenciones a leer con detenimiento y reflexión las letras de que conforman los fragmentos allegados hasta nuestros días. Un pasaje que tengo subrayado y que casi recito de memoria es el siguiente:
Fr. 9.
"Pues bien, cuando ya todo denominado luz y noche
quedó, según sus capacidades, en esto y en aquello,
todo está a un tiempo lleno de luz y noche invisible;
de ambas por igual, puesto que nada hay que no sea parte de una o de la otra".
La luz y la noche invisibles, las fuerzas contrarias que atraviesan el día a día y que, con más sensibilidad, percibo a cada momento, el poder de las yeguas desbocadas cabalgando fábulas.
De Pietro Citati ha anotado uno ciertas líneas en este diario. Lo recuerdo cuando estuve absorto durante semanas con su volumen titulado La luz de la noche. Ahora, su biografía de Leopardi ocupará, de nuevo, un lugar de excepción en la pila de libros que me acompaña.