lunes, 22 de septiembre de 2014

LO HE llamado Cuaderno de París y he comenzado a escribir en él unas prosas encadenadas que parecieran tener a un solo sujeto por hilván. Puede que este cuaderno no sea más que una suma de cuadernos imaginarios, de estancias especulares por las calles, los bulevares, los jardines, los museos de París. El viaje, sin embargo, ha sido distinto a los demás, pues he viajado solo, -sin M.C., sin E.- , y las caminatas han ido adquiriendo una suerte de celebración de estar vivo, llanamente vivo. 
El viaje no termina con los aterrizajes y los despegues; existe una psique que moldea el tránsito del cuerpo y del espíritu. Una suerte de iter vitae eventual, que formula una consciencia aunque tan solo perdure unos meses. En ese tramo estoy, soy todavía en los pasos allí.  Sigo tan allí, tan presente por los bulevares, tan  enquistado en la magnificencia de la piedra encendida, que aún conservo el olor húmedo de su cielo en cada recuerdo.
Tengo las costumbre de ir guardando algunos tiques, boletos, trípticos de los viajes para luego pegarlos en los cuadernos. Me parecen la ilustración más obvia y plural, realmente metafórica,  de lo que fue todo a pesar de estas divagaciones tan cercanas a la ensoñación.  Vivir es actuar en vida. Las acciones permutan con las palabras para la literatura. Lo que fue y lo que pudo haber sido en una misma memoria. Sea cual sea la virtud de escribir existe aún un misterioso componente que lo jalona todo hasta darlo en armonía.

He tenido la suerte de estar muy bien acompañado. Jaime me ha brindado la oportunidad de residir en el Colegio de España; no solo de eso, sino de compartir sus ya gigánticos conocimientos sobre los textos, los manuscritos, las ediciones, sobre todo, de los siglos áureos.  En él la filología de pureza, la que ensalza el texto por encima de todo, la que predica, como tenía a bien Alfonso Reyes, que la filología es “el arte de leer despacio”. Cuanta falta hace leer con lentitud entre los escritores. Con la lentitud con que puede escucharse los ecos de la belleza antigua en los odres nuevos.