domingo, 7 de septiembre de 2014

PONGAMOS por caso que existe un ciudadano llamado Ryszard, un ciudadano  que nació en Polonia en 1932 y que murió en 2007. Este señor consiguió, a pesar de todas las rémoras posibles, estudiar la carrera de Historia y formarse en distintas materias culturales que irían macerando lo que después, tras sus muerte, ha quedado de él. Poco a poco, Ryszard logró emparentar la cultura, la lengua, los viajes y su propia cosmovisión en una sola cosa: literatura. Hecho de índole especial, mágico, que pasa inadvertido por los muchos pseudoescritores que luego han querido apoderarse de su genio y visión y adherirse, sin consciencia, su singular maridaje entre vida y cultura.  
Al cabo de los años y de las experiencias que sus viajes y sus lecturas le iban procurando, logró escribir un puñado de libros valiosos. Uno de ellos, el que más adoro, se titula Viajes con Heródoto y, para colmo, posee una portada que utiliza una pintura de mi admirado Durero. La acuarela es un apunte al natural de una liebre que resulta perfilada con una minuciosa cadencia de todos sus trazos. Pelo a pelo, gesto a gesto, matiz a matiz, la acuarela resalta las grandes virtudes de la liebre a pesar de presentarse en quietud. Durero estuvo interesado en plasmar los animales exóticos que iban conociendo los expedicionarios de la época y nunca antes nadie los había retratado de esta forma. Durero y Kapucscinski conciliando los mundos conocidos.  

Los primeros tanteos de Kapuscinski con la historia antigua surgió de la mano de una profesora que dictaba unos apuntes y referencias que los alumnos iban anotando, cuidadosamente, en unos cuadernos que, a la postre, eran la única fuente de información para esos pupilos. Podría decirse que en la infancia de este escritor no existían las bibliotecas, no había llegado Internet; las bancas de la universidad eran largos tablones en que se sentaban estudiantes campesinos en su mayoría y maltrechos. El mundo que lo rodeaba estaba falto de ingenio, repleto de ilusiones desnortadas. Cuando la profesora enseñaba una lámina de una escultura antigua los alumnos proyectaban esa realidad como una ilusión fantástica que jamás hubiera existido. El trastoque que había sufrido la sociedad de 1951 en Varsovia provocaba que los estudiantes no pudieran entender plenamente aquella realidad antigua. Sin embargo, esa virginidad en la mentalidad de esos jóvenes estoy seguro que procuró al joven Ryszard la voladura de su imaginación, la proyección sin rémoras de todas las posibilidades. Cuando Heródoto apareció en la entendederas del joven estudiante comenzaron a detonarse todos los deseos de vida que estaban aletargados en él.  La liebre, el conejo están asociados en las tradiciones distintas con los astros de la noche. Duerme de día, despierta de noche, qué mágica entonación del hombre mismo.