martes, 28 de octubre de 2014

EL RETRATO de Courbet lo muestra fumando en pipa, pasando las páginas de un libro y con la mano sostenida, en tensión, la mano izquierda, mostrando cuatro dedos. A su lado, Charles aparece fotografiado en 1861. Es el mismo, pero ya es otro. El rictus de su cara sigue manteniendo su minúscula y articulada boca pequeña, el pelo se mantiene ralo por la frente. Lo más punzante, la mirada. Esa mirada torcaz y pendenciera de un individuo alejado de sí mismo. Esa tensión no se mantendrá posteriormente. Luego, en fotografía de Nadar, se muestra a Charles a los cuarenta años de edad. Sin embargo, parece más avejentado que nunca. Las manos metidas en los bolsillos, la chaqueta abierta, el cuerpo prominente y ensanchado, el pelo al aire y con la galopante ausencia en la frente del mismo. Se muestra hierático, rígido, con porte de poeta maldito. De 1865 hay otra foto: es Baudelaire. Serio, compungido, con la distensión en el ceño de la senectud y con una melena de pelo cano, peinada con cuidado. El busto se arroja hacia el lado contrario al que lo hace su cara. Ladeado, en sesgo, muestra sus fauces malditas, desposeídas, poéticas por siempre. Pareciera estar recitando, en el pecho de la noche, amamantado de rito de la transparencia:

aquél cuyas ideas se elevan, como alondras,
libremente hacia el cielo del claro amanecer;
-sobrevuela la vida y entiende sin esfuerzo
la lengua de las flores y de las cosas mudas.