“ARTE o natura nunca te mostraron
mayor placer[…]”
Pertenecen al “Canto XXXI” de Paraíso,
de Dante, el canto de la fascinación. Es el instante en que aparece Beatriz y
desaparece Virgilio; quizás, el momento en que desaparece la razón y comienza
la revelación a funcionar. El lector acaba de desnudarse tras el itinerario de
lectura que ha ido leyendo. En este punto, más que en ningún otro, como sucede
en pocos libros, se ha producido la transformación del lector, de la oscuridad,
a la claridad. Las palabras han dejado de ser lo que son para el lector. Todo
se ha transmutado en un tablero de símbolos en que leer es ya una música
secreta. Como si tuviéramos en las manos una flauta de siringa, tan solo nos
queda escuchar y avivar el ánimo, leer y silenciarse como un árbol con las
raíces hacia lo interno. Ni el artificio, ni lo natural son realidades válidas
para establecerse en ese mundo nonato, entonces, ¡qué somos nosotros mismos en
esas realidades, en ese “resplandor de viva luz eterna”?