ME INVADE la extraña sensación de estar apartado de ciertas realidades. De un tiempo a esta parte, las tardes son inconmensurables, las tardes de la luz suave sobre la mirada a la tierra. Es el tiempo del diálogo maravilloso con el trigo, los girasoles y las jacarandás desfloradas.
E. crece a medida que su lengua se va apoderando del mundo. Y ella trata de mostrar lo que va conociendo, o mejor, percibiendo a los ojos. Su entusiasmo por algunas cosas es mi entusiasmo más verdadero.
Con todo, observo las actuaciones de los seres cercanos. De unos aprendo la melancolía de ser mortal; de otros, lo que nos hace, en ocasiones, simples realidades fugitivas sobre la tierra. Atrapar esa consciencia, ese estado de penetración en lo hondo, en lo profundo, en lo permanente que nos dicta, es una tarea en solitario que, con el tiempo, desdora la vida al aire.
Vivir, vivir y leer y amar...pero siempre resguardado en la bóveda cierta de la coherencia en los actos y las palabras. La coherencia en la poesía se llama armonía; para que la armonía suceda en uno debe existir la ética estética. Unas y otras son lo mismo cuando el mundo se pronuncia para hacerlo nuevo; no hay concesiones, devaneos, a pesar de la tentativas y a pesar de lo incomprensible por la mayoría.
Este diario se va dilatando demasiado en el tiempo. Casi siete años ininterrumpidos de escritura: poemas, ideas, frases, reflexiones, prosas, exploraciones,...pura mediocridad en el fondo. Así lo constato. Que uno aburre es lo de menos, pues conozco los límites de esta palabra en el trópico. Tan solo aspiro a que nadie encuentre en ellas un atisbo de renuncia, de falsedad, de impostura. Decía que es lo de menos porque, a fin de cuentas, creo que solo me leo yo mismo. Sin más ni más. Vale.