jueves, 28 de mayo de 2015

ME REGOCIJO cuando en los textos antiguos leo la realidad actual. Como si de una premonición se tratara, especular visión, deformante lectura, os transcribo las palabras de un hombre de otro tiempo: "Vine a decirle, en resumen, que la perdición de los talentos actuales se debe a la superficialidad en que pasamos la vida, pues solo trabajamos y estudiamos por la alabanza y el placer, no por un motivo digno de emulación y respeto". El autor es (pseudo) Longino y las palabras pertenecen a De lo sublime. Tengo subrayado el pasaje en el libro y no dejo de transferir sentidos a esos dos sintagmas misteriosos. Puede que en la respuesta a esta disyuntiva resida una respuesta a la pregunta, ¿por qué la literatura? 

¿Cuál es el motivo "digno de emulación y respeto" para un escritor, pongamos, de este tiempo? Me hago la pregunta porque deseo aprender siempre y, en este punto, me siento confuso. Quizás es el tiempo el que termina levantando la intención primigenia que se agazapa en la obra de un autor. Un tiempo hacia la transparencia, el misterio, la belleza permanente. En ese punto, los actos cotidianos deben entenderse en su justa medida: humo, pretensión, pulso de lo actual. Sin embargo, qué lejos todo esto de las palabras de un señor que ama la literatura y que escribe muchos siglos antes. 

Antes y ahora la belleza en la palabra sigue siendo la misma: una y diversa, transformación y permanencia. Y cada uno de los lectores posee una concepción de la literatura según las lecturas que ha realizado. No hay idealización de qué es la poesía, ya que si uno nunca la ha leído no la conoce.  

La poesía, en este caso, es totalmente identificable, otra cuestión es saber definirla. Así, qué idea tiene cada uno de la poesía se conforma después de haber leído poesía. Por lo que, cuando un escritor ha formado su cosmovisión literaria con panfletos políticos, canciones de rock, autores de moda, videojuegos, autores peregrinos leídos en traducción es coherente que la poesía actual tenga ese cuerpo en que es evidente el peso de las lecturas de otros autores literarios, de autores que han establecido qué es la literatura a la que ahora se quieren enfrentar. No hay música del idioma, no hay ritmo, no hay armonía, no hay profundidad personal, no hay recursos retóricos que mejoran la expresión cotidiana y vulgar y acentúan los sentidos poéticos, no hay conocimiento de los tópicos literarios, no se estima oportuno haber leído los subgéneros literarios que se incorporan de otras tradiciones, no hay una posesión lingüística personal y, en definitiva, no sé qué hay como forma poética. De ahí mi perplejidad y mi confusión, nunca mi juicio hacia los otros.   

No me siento hombre de este tiempo para la poesía; prefiero el susurro avejentado de Longino a los aspavientos de este levante que bien figura el arte actual.