EL TIEMPO dilucida las acciones y las palabras. Como decía Lledó, en una disyuntiva repleta de sabiduría, detrás de un hombre o hay palabras o hay acciones. Y esa bifurcación establece una enseñanza fundamental: las palabras no acompañaba a las acciones de los hombres.
Por arte de birlibirloque el humano afirma, con rotundidad, una idea. Pasado el tiempo hace otra. Esto, de un tiempo a esta parte, me provocaba desconfianza con los individuos, pues desde siempre he pensado que uno debe erguirse en sus principios de vida más allá de los deleites eventuales, más allá de las vanaglorias. Decía que incluso con los que pensaba que podían enseñarme la resistencia silenciosa en la ética han terminado por hacer lo que negaban.
Puede que eso sea lo natural en el hombre: el estado de la paradoja, de la confusión, de la sumisión a su naturaleza temporal y finita; y que las ideas formen parte de esa otra zona espiritual que convive en este mundo pero que pisa ya las adherentes líneas de la muerte.
Estos jardines de senderos que se bifurcan, estas líneas de sombra, esta búsqueda del tiempo perdido, esta metamorfosis, esta divina comedia, esta meditación, esta elegía que comienza a edificarse delante de mis ojos vuelve a reconfigurarlo todo, lo que creía conocer y lo que pensaba con certeza.