F., en mis brazos. Mira, pero no ve; toca, pero no reconoce: el mundo es una presunción para él, un holograma. ¿Verdad más pura en nosotros que la de su vida ahora?
Esa intuitiva visión del mundo es natural para él; los años, la emboscan y solo el arte o alguna disciplina que despierta la consciencia nos devuelve a ese estado. Pero nunca es el mismo, tan lejano ya, de ese estar natural de F. frente a todo el artificio de las edades del hombre.