SON términos de mi admirado George Steiner que se me vienen a la cabeza cuando leo las últimas teorías científicas y cuando observo cómo actúa el ser humano en cualquiera de sus disciplinas.
"El principio holográfico" o "la gravedad de entropía" o incluso "la entropía del entrelazamiento" son asertos de los científicos para intentar aplicar la cuántica al qué de la Tierra. En cualquier caso, la ciencia cae en la cuenta de que necesita seguir explorando para encontrar paradigmas que expliquen lo que todavía no hemos razonado.
Pienso que el arte ofrece un razonamiento del mundo de forma vertical. Individual, casi intransmitible al resto. Solo el arte ofrece una forma cercana, holográfica de lo que el artista percibió de forma individual. Cuando la obra se edifica y consigue transmitir, al menos, un leve atisbo de esa experiencia interior, vertical, única, logra hacerse fuera del tiempo para instaurarse en el Tiempo.
Por eso no me suscita ningún interés las formas importadas, modernas, que responde no a experiencias internas e individuales, sino a las pasajeras modas y a los aplausos hueros.
El poeta no lo es siempre, lo es por instantes. Quizás, solo en un lapso durante su vida y nada más. Entonces tendrá que entender que el silencio es ahora su tarea. Cuando eso no sucede, el poeta se vuelve títere, holograma, fantasmagoría, en definitiva, un leve hoja caediza.
En términos paralelos y no menos profundos e importantes Platón ya estableció todo esto que ahora se encrespa como vanguardia. Platón y Parménides, los dos ya incursionaron sus experiencias por la nomenclatura del espacio, el tiempo, la nostalgia del absoluto. Porque todo responde a esa nostalgia; y desvelar el secreto, que jamás será desvelado, es el principio de la consciencia durante nuestro paso por esta vida.
En Eclesiástico podemos leer: "Ama tu oficio y envejece en él". Envejecer al socaire de las disciplinas artísticas es entender la forma perecedera del tiempo.