TODA la vida obstinado en que las palabras se conviertan en equivalentes de la realidad; empedernido con el ejercicio de la lectura y, en consecuencia, de la escritura. Y sucede que ese movimiento vital hacia las artes, las letras, se reconduce hacia sus contrarios. En esos contrarios puede que anide la verdadera naturaleza del arte. Me estoy refiriendo al silencio nutricio de la soledad.
Al poeta Hofmannsthal lo sobrecogió una dosis muy elevadas de ese estado que venimos describiendo. Retirado, en el campo, poseía las condiciones idóneas para desarrollar una obra poética pura y esencial. Sin embargo, le sobrevino la consciencia azul de la verdadera estación poética.
Su respuesta no pudo más que ser literaria, mediante el manejo hábil de la ficción y la transposición.
Todo resulta, a esa luz, una trama incandescente. Una suerte de urdimbre que se transfigura y que desea alcanzar la liberación del lenguaje, de la lengua, de la palabra, del balbuceo, del mezquino idioma. Recuerdo ahora el libro de Levy Bruhl, El alma primitiva, teoría que arroja mucha claridad para entender esta disposición y entendimiento del mundo. Bruhl nos dice: "Esta realidad misteriosa no puede, como es el caso de la sustancia universal de nuestros metafísicos, presentarse bajo la forma de un concepto".
La libre realidad, la realidad liberta de la palabra por el silencio, dice Lord Chandos: "sumido en una especie de embriaguez, toda la existencia se me aparecía en aquella época como una gran unidad: entre el mundo espiritual y el mundo físico no veía ninguna contradicción, como tampoco entre la naturaleza cortesana y animal, el arte y la carencia de arte, la soledad y la compañía [...]".