Como decía, compré Mac y su contratiempo de Vila-Matas en Moyano a precio de saldo. El volumen estaba inmaculado. El primer párrafo ya me puso en la órbita de que esta obra volvía a mostrarme al autor socarrón, inteligente, que era capaz de escribir como yo nunca lograré.
El caso es que mientras almorzaba comencé a leer el libro; pude leer un buen tranco del comienzo hasta que decidí tomar café en el Museo del Prado y hacer las míticas tres horas de Eugenio d´Ors.
Con la libreta amarilla en la mano, que lleva por título "Amarillo fulgor", comencé a contemplar solo algunos cuadros de ciertas salas. Velázquez, siempre y la pintura italiana. El Bosco y Goya. Con poco tiempo, pero con intensa mirada, mirada despojada de convenciones, de prejuicios, trataba que fuera la mirada mi hijo F. o la más pizpireta de mi hija E. ¡Cuánto me enseñan ellos sobre la vida! Con mis hijos cerca estoy empezando de nuevo en todo, incluido en la literatura. Parece que ellos me han traído, renovado, el vuelo de la edad y eso me sobrecoge.
Vuelvo a la caminata para regresar al hotel mientras sigo leyendo, en pie, casi absorto, las páginas del libro. Por unos instantes, me imagino que alguien está narrando ese mismo suceso, el hecho de que un lector lea la obra de Vila-Matas por Madrid mientras está esperando a que comience un acto literario. En ese momento, sonó el teléfono: era J.R., algo exultante, instándome a que establezcamos un lugar de encuentro para empezar a charlar.
El músico y poeta me regala un texto, unas variaciones, que me toca desvirgar en su edición intonsa. Es muy breve pero luminoso. leo los dos primeros textos y entiendo porque estábamos allí, los dos, al calor de la palabra tratando de encontrarnos más allá de nosotros mismos.