FRAY LUIS DE LEÓN me fascina, me resulta un poeta de una grandeza inconmensurable. Leyéndolo se aprende a leer a los otros, al sustrato lírico que subyace en el telar de sus versos. No es poco que Horacio resuene a cada estrofa ni que la Biblia vaya veteando los temas de su lírica o que la filosofía y la ciencia antigua se conjuguen en una solemne palabra retóricamente perfecta. Más allá de todo eso, fray Luis nos deja la enseñanza de la lectura; por eso es moderno, modernísimo, contemporáneo me siento de él, porque el acto de leer se renueva en un tiempo que no es el de la vida, el de los días. El tiempo de la lectura pertenece al tiempo de la literatura.
Así las cosas, cuando uno lee, en un pasaje de un poema poco leído, dedicado a Santiago: "si ya mi canto fuera/igual a mi deseo", recupera, como del rayo, las propuestas de otros autores, ¿qué es la obra de Vázquez Montalbán, del propio Cernuda sino recesos, merodeos de esta propuesta de realidad y deseo?
Pero se me va fray Luis al paradigma de Rilke cuando escribe: "Morada de grandeza/ templo de claridad y hermosura,/ el alma [...]". El propio J.R.J. hubiera estampado su firma debajo de estos versos cristalinos.
Trato de decir con estas notas que los géneros literarios no funcionan per se, que los autores, los temas, los recursos estilísticos no asoman a la sociedad con el marchamo que les corresponde. Hay un hilo que traza su trayectoria, un hilván compuesto de una recatada multitud que hace posible que podamos leer a Horacio en fray Luis y a este en Rilke y a Rilke en Claudio Rodríguez: es el lector.
Y para ser lector no basta con acercarse a los libros y tantearlos, hojearlos aquí y acullá, conocer a los autores y lo que piensan, los libros hay que vivirlos en literatura, hay que incardinarlos en el cauce mayor de la literatura para que resuenen lo que tengan de aportación eventual de su tiempo. Y el recorrido de ese trazado de qué es la literatura comienza, como todo, en el origen. Y el origen es inmenso, ancho y ajeno.
Esa renovación en lo contemporáneo será tañida por los lectores virtuosos, por eso Cervantes, en cada prólogo, en cada inicio, apelaba al "curioso" lector que sabía de su soledad y criterio.