LA VIDA penetra sobre la sintaxis del verbo y la palabra de uno se transmuta en diversidad y la diversidad de la vida dese alzarse en un verbo cambiante; el verbo, la vida, la escritura se hace más enrevesada y equidistante de lo habitual, comienzo a escribir con una extraña sensación de no responder a nada sino tan solo de brujulear con la palabra la espera de hallar un resplandor que alivie el desasosiego de lo cotidiano; se prodigan los puntos y comas y eso me desconcierta porque habitualmente me atraen las oraciones breves, los enunciados sometidos al dictado del aparte y el seguido, del punto en que parece tener finitud el pensamiento; y puede que eso sea, que el pensamiento es el que prepondera sobre la propia escritura y haga que esta vaya a trasmallo, lentamente, cojitranca, sin poder equipararse a la anchura y la horma de las ideas; las ideas siempre son sinfónicas y la palabra monódica, la lucha del absoluto con la minucia que somos, la confrontación del efímero ser con el deseo de eternidad.