sábado, 11 de marzo de 2017

F. roza la luz del sur con su mano de alumbre

Y MIENTRAS la vida, la vida. Ante la sumas de encrucijadas me encuentro en el punto de mayor desorientación. Me pesan mucho las decisiones y las que, con el tiempo maduradas, parecían inamovibles, ahora comienzan a resquebrajares. Hablo de la vida de alcoba, del sucedáneo de la vida que roba a la vida, del trasiego diario que deshumaniza aunque pensemos que evolucionamos como nunca. 
Y luego están las certezas y las personas; las que uno tenía enaltecidas porque eran antorchas y luminarias para el curso del iter vitae, ahora son sombras y van mudando la piel y sostienen lo que nunca pensamos que fueran a mantener.  Las personas, decía, se despersonalizan o será uno que comienza una miope circunstancia hacia todo. No siempre el germen de se truque del tiempo está fuera de uno. El río profundo reside en el interno conocimiento del mundo.  
Las certezas están, pero en ocasiones, pocas veces son. La lectura es un ejercicio de certezas, también que F. haya levantado hoy su mano hacia mi rostro con un voluntarioso tembleque, con duda, como sonámbulo y a uno le haya parecido una acción mágica, de complicidad absoluta, de piel que me ha devuelto el sentido a casi todo, a esa luz en los objetos que habían ido desapareciendo en su forma. 

Y sigo leyendo como el doctor James Boswell, caninamente, como si fueran quedando pocos días o alguien hubiera avisado del fin del todo. Leo lo que me deleita, lo que considero digno de tiempo de vida. Lo demás, como decía Onetti, es silencio. 
Me urge la necesidad de narrar puramente, de comenzar a escribir una novela en el sentido recto del término; pero no puedo ejecutar el sentido recto del término porque para mí la novela de mi vida es esta que estás leyendo, estas páginas que llevan latentes casi diez años ininterrumpidos, estas páginas que han recogido los momentos estelares de una vida cualquiera como la propia. 

Y la tarde va tomando el manjar del sur: su luz alicaída de sur atlántico. Con ella, todos vamos despertando una suerte de melancólica presencia, de estarse, esencialmente hablando. Con eso basta para comprender que poco a poco va sobrando todo y que nada hay más certero, necesario y verdadero que la mano de F. rozando la mejilla mientras sonríe al mirarme y yo, mientras la vida,  lanzo desde las tripas una oración o una plegaria porque la estampa se haga perenne por siempre, para siempre.