DE LAS PRIMERAS enseñanzas de Machado fue leer a Bergson. Sobre todo, al calor de las páginas de Juan de Mairena. En ellas, a cada paso, no se hacía más que citar y reconducir las teorías del filósofo francés. Fue entonces cuando comencé a leerlo y, con esa experiencia lectora, la fascinación, tal que con Heidegger o George Steiner. Son filósofos del lenguaje verbal que desembocan en la reflexión sobre la imposibilidad del análisis, sobre los significados ocultos que las palabras no podrán trasladar con su sencillo funcionamiento. Recuerdo ahora un párrafo que tengo anotado en la primera moleskine que compré, pertenece a Essai sur les données immédiates de la conscience, París, PUF, (1889) 2003.
"En resumen, la palabra con sus contornos bien definidos, la palabra brutal, que encajona lo estable, lo común y por consiguiente lo impersonal de las impresiones de la humanidad, aplasta o al menos recubre las impresiones delicadas y fugitivas de nuestra conciencia individual".
Las "impresiones delicadas y fugitivas de la consciencia individual", he ahí una conciliación entre poesía y pensamiento, una forma de definir qué sucede cuando un individuo comienza a contener la consciencia poética. Es el punto en que comienza a dejar de ser él mismo para ser individuo total, el tiempo en que deja la monodia de la palabra brutal para encontrarse con la luminosa palabra.
Así las cosas, de un tiempo a esta parte, considero que han existido ventanas plurales de esa consciencia, etapas en la humanidad que se han acercado más a esa consciencia. desde luego, la actual no; por eso, la lectura "inteligente" no hace sino mostrar el camino perpetuo que se mantendrá más allá de los hombres y su tiempo.