Escribo de pie mientras llega el tren. Lo hago a la intemperie a pesar del frío que arrecia. Lo hago irremediablemente sin saber aún por qué voy escribiendo los renglones de este diario. Quizás las explicaciones nunca fueron bienvenidas a la ficción, porque todo es ficción y tú lo sabes.
A veces, pienso que es una epístola moral para otro ser futuro, pero tampoco la vida me ha dejado la experiencia necesaria más que la mortalidad. Una epístola secreta, dirigida a alguien que me habita desde dentro, lector futuro, alfabeto ser, fuego de la especie que me engloba, latido a contrapunto.
A veces, pienso que es una epístola moral para otro ser futuro, pero tampoco la vida me ha dejado la experiencia necesaria más que la mortalidad. Una epístola secreta, dirigida a alguien que me habita desde dentro, lector futuro, alfabeto ser, fuego de la especie que me engloba, latido a contrapunto.
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Leo algunos versos de Fernández de Andrada mientras recuerdo a Manrique. El tren asoma por los raíles tomados por una sinuosa niebla. Aquí me mantengo, erguido, contra el bullicio, como un extraño o misionero que cumple contra la mayoría, contra esta masa que corre y se amontona dislocada, que vuela y se dispara en cuanto ve el frontal del tren sobre sus sienes de seres figurados.
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