Transcribo las anotaciones que he escrito durante varios días en la estación de trenes. Todas están recogidas en mi moleskine y escritas con un bolígrafo que compré en Roma de tinta negra. Un bolígrafo especialmente pequeño, pero que otorga mucha comodidad para la escritura a primera hora de la mañana.
“4/X/2010. Después de introducir el abono del tren en la máquina, compruebo que los datos son correctos. En la primera lectura no percibo ninguna anomalía y, con un acto reflejo, guardo el billete en el bolsillo delantero de mi camisa azul. Sin embargo, pasados unos minutos, vuelvo a comprobar los datos que se han impreso en el billete movido por una extraña y repentina sensación de náusea. Efectivamente: coche tres, asiento ciento treinta y siete. Es el mismo dato que se repite en los veintinueve viajes pasados; las cifras que confirman que la existencia es el olvido de lo nunca recordado.
***
“6/X/2010. Esta mañana, como me he levantado muy temprano, he querido parecerme a Paul Valéry. Por eso me he dibujado un rotundo bigote y he desaliñado el pelo con las manos. Al poco tiempo, he cogido un traje de chaqueta, me lo he colocado con riguroso acierto y he sacado un cuaderno, este cuaderno, cuando eran las cinco de la mañana. Al hilo de este dato tan minucioso, he de decir que llevo un mes sin dormir solemnemente y que el insomnio no me deja descansar como debiera. Aunque, por otro lado, gracias al insomnio, he terminado de leer algunos libros de Platón que nunca había leído. Al escribir todo esto, he querido, además, remedar las hechuras de Valéry y he encendido un purito de los que tengo en la mesa sólo por decoración, pues mis pulmones no soportan la reverenda contaminación y el adulterio al oxígeno puro. Estuve listo, repito, a las cinco y cuarenta minutos de la madrugada. Con un bolígrafo que compré e París hace cuatro años y que jamás utilicé hasta este momento en que quiero ser Valéry musculando el intelecto cuando la noche es reminiscencia y es laberinto y mi geografía sinfónica.
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