jueves, 9 de junio de 2011

Hay similitudes entre el alfabeto y la vida. Con un número limitado de letras y sonidos somos capaces de manifestarnos en la infancia, la madurez y la vejez sobre temas tan livianos y tan profundos. Incluso la humanidad, desde sus inicios, solo ha tenido un limitado numero de sonidos con que expresarse. las lenguas, por tanto, son prodigiosas en tanto que no se agotan en sí mismas. No importa que exista un límite de signos, que de antemano conozcamos la materia con que nos vamos a expresar: sus normas, sus funcionamientos, sus exactas representaciones.

Es esa la vida también, una materia dada, consabida, de la que conocemos sus tendencias, sus representaciones y su final igualatorio, pero de la que esperamos algo distinto en su término, de la que mantenemos cierta esperanza de permanecer en ella a pesar de sabernos finitos, como esos discursos que uno puede escribir en páginas arrinconadas y que serán los que mantengan erecta una presencia fugitiva.

He estado pensando todo esto esta mañana, mientras me retiraba de una situación forzosa, absurda. En esos cuadros, trato de actuar como los personajes que se mantienen al borde la de la acción, de un acontecimiento en que se ven envueltos, pero del que nunca quisieron ser partícipe. Me imagino como un personaje en un pintura que pertenece a un plano secundario. Eso es, exactamente lo que espero de todo, un sesgo, permanecer en un ángulo secundario que no atraiga atención alguna, que solo sea perceptible para el que busque otras cualidades que no sean la mostración directa.

¿No es acaso eso la vida, pertenecer a una estampa en la que nunca hubiéramos querido constar? ¿Y no es la literatura, el arte todo, la lucha estética y ética por la que tratamos de sortear esa forzosa presencia, la asfixia de respirar el aire de los otros?

No sé bien cómo he llegado a esta renuncia de lo público y lo social. En ocasiones, me pregunto si no seré demasiado huraño, misántropo, lobo estepario, Raskolnikov pleno. Pero sin duda existe una atracción que me empuja al estado de la soledad. Y la atracción es tan potente, tan perturbadora, que provoca que uno termine por escoger a sus allegados con demasiado celo.Decía que existe una atracción que no cesa. Y esa atracción es la conciencia absoluta de que el arte y la vida y el alfabeto poseen similitudes, pero que cada una debe forjarse con una voluntad individual sin concesiones.


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Y qué hay de la vida en estas Cantatas de Bach o en aquella clarividente geometría de Velázquez. Como en el alfabeto, los sonidos y sus representaciones necesitan de la intervención del hombre. Así ocurre con el arte. Por eso, todo lo que sucede en el arte posee una dimensión simbólica, es más, todo lo que sucede en la vida pose una dimensión simbólica que es connatural al entendimiento humano. Podría decirse que el arte, -como por ejemplo este minuetto que invade la tarde-, es el territorio del símbolo y que el símbolo es la naturaleza del arte.

No pueden interpretarse estas palabras cercenando todas sus posibilidades de significación. Entiéndase símbolo como lo es la música, símbolo todo, pleno, profundo. Platón estableció esta teoría de la ética y Shopenhauer la remató para el arte. Para uno y para otro, la música era la facultad máxima del hombre por saberse consciente de lo que puede poseer una dimensión científica (es decir, real, matemática, numérica, exacta) y otra simbólica, que apunta a lo incognoscible (la idea, el absoluto, la verdad). Entre estas dos vertientes del símbolo, y como realidad que aúna las dos dimensiones, la música es la capacidad humana más próxima a su formulación, si es que es posible formular el universo por unos minutos.

Ante este concepto, la palabra es miseria y así lo entendió Wittgenstein. Límite, inteligencia cercenada. Solo la poesía, que se aproxima a la música, puede recoger alguna reminiscencia del símbolo. Ella conduce a la pureza de la palabra, que es la casa del ser, según Heidegger. Este filósofo entendió igualmente que la poesía era el artefacto verbal que se asemejaba a la música y que proponía una disposición simbólica muy apegada a la naturaleza del hombre. La música siempre nos parece una interpretación del espíritu apenas interpretable, pero la poesía está realizada con palabras y la palabra es la esencia del hombre, su reducto. En este sentido, se ajusta el problema a la vida y, por lo tanto, la vida puede resumirse en una combinación de letras, el alfabeto, dispuestas a lo largo de su finitud, tantas veces como hemos pensado durante la infancia, la madurez y la vejez.


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Parto de la anécdota para elevarla a categoría. Quizás sea la única forma de interpretar la sinrazón y el absurdo de la vida de los hombres. Una acción, así dada, de repente, puede encerrar más de una conducta permanente. Por eso, de vez en cuando, escribo en el diario lo que de anécdota puede uno encontrarse en los días. Ellas, así amontonadas, bien pudieran tomarse como una galería de la estulticia humana o una visión de la comedia al estilo de Balzac.

tampoco estoy seguro de que en el texto anterior haya quedado expresado el deseo de lo simbólico que me tiene preocupado de un tiempo a esta parte.

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