miércoles, 1 de junio de 2011

Apunto en el cuaderno una serie de palabras sin motivo aparente: estulticia, vanidad, irreverencia, el resplandor, la inocencia. Las escribo entre comas porque no les encuentro vínculo alguno ni ligazón posible.

El día ha sido una entrega al desasosiego, una real e impronunciable jornada en que se han agavillado distintas situaciones sin que ninguna de ellas de mi placidez. En medio de una multitud, agarro mi moleskine y ,de pronto, sin que nada hubiera estado previsto, un buen número de asistentes comienzan a fijarse en la menuda caligrafía que imprimo a estas letras transcritas. La invasión se produce progresivamente, hasta que lo cierro. Por unos instantes, he sentido que estaba en una de esas pinturas, como La lección de anatomía, en que todos los que intervienen dejan sus asuntos a un lado para atender a lo extraordinario, para centrarse de momento en un silencio que lo fuga todo. Como un crisol, como una luz que penetrara ininterrumpida, los ojos de los presentes fijaron su atención en el cuaderno. Todo enmudeció como la cadencia de la encina, todo menos el latido raudo y violento de mi corazón que, al dejar de ser humano, continuó el pulso de la muerte. Nunca hubiera querido no ser yo como en ese instante, hubiera preferido ser una letra o una hoja del cuaderno, a lo mejor la tinta finita que componen las poesías.


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Siempre he imaginado que Cervantes llevaba consigo un diario. Sé que es una hipótesis difícil en aquella época por diversas cuestiones, pero me gusta imaginar que Cervantes tenía en la mente una personalidad que lo sobrepasaba y que quedaba figurada en las páginas, secretas y candentes, de un diario. Cuánto daría uno por leerlas, aunque tan solo con imaginarlas ya nos dio Cervantes alimento por unos días. Una autobiografía soterrada.


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Hay que confiar en los escritores que desconfían de su propia labor, de los que menoscaban su tarea de continuo. Ellos son los que van peregrinando por la senda más oportuna o quizás los que nutren de forma mineral sus obras. Por favor, si alguna leen estas páginas secretas, desconfíen del todo en ellas y en el sujeto que las escribió.

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