domingo, 12 de junio de 2011

Me lo he pasado tan bien releyendo a Berceo, he pasado tan buenos momentos que incluso he llegado a la carcajada cuando le he ido estableciendo a M. paralelismos entre estas letras remozadas en una nueva edición y la poesía de 2011.

Me he dado cuenta de que la poesía de la experiencia era ya muy antigua cuando algunos creyeron descubrirla. Es así como he interpretado la “Introducción a los milagros”, escrita por el maestro Gonzalo. Cuántas veces no hemos visto el nombre propio del poeta de turno y el de sus amigos entre los versos (triste, tristes) de los poemas y cuántas veces no hemos leído como novedosa y romántica la incursión de un yo desmelenado (Yo, maestro Gonçalvo de Verceo nomnado). Quizás la única actualización consiste en que el poeta peregrino iba en una metafórica romería y quedó acaecido en un verde prado poblado de flores (esto es, un lugar cobdiciaduero) y los poetastros modernos van a bares, manifestaciones, aglomeraciones de cosmopoetas o capillas ceremoniales de poca enjundia.

Puestos a escoger, me quedo con lo antiguo que, como ya he escrito aquí, es más moderno que otras cosas. A partir de ahora, cuando algún colega se pronuncie a favor de los contemporáneos como una necesidad de la formación, podré decirle sin empacho que son más antiguos que Gonzalo de Berceo. Y aunque no entiendan por qué, tendré para mí la satisfacción de haber encontrado en la relectura respuestas que antes no poseía.


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Me dijo, hace unos días, que la vida era una renuncia, una trayectoria alrededor. No pude estar más de acuerdo con aquellas palabras. Sobre todo una renuncia al yo, como dice Pessoa: “Envidio a todo el mundo no ser yo”.

La conversación fue desarrollándose hacia distintos derroteros, mas todos fueron puros y llenos de sinceridad. El entendimiento llegaba solo con un cruce miradas: eso me emociona más que cualquier otra cosa. La conversación perfecta es en la que se habla poco, en la que se habla intermitentemente, solo con apuntes, sin estructuras narrativas.

En esas situaciones, cuando la conversación la realizo con amigos que pueden aportar más que uno, por su experiencia, por su inteligencia, siento que debo estar más callado, silencioso total. Porque siempre están a la altura deseada y yo vuelo más raso que otra cosa. Es un trance, un modo de vivirse que cada vez deseo con más vehemencia.

En una conversación sobre libros, poetas y escritores es inevitable que reluzca la vida, pero la vida intacta, alrededor, con un desconcierto al que nos aproximamos. Silencio y pausa en el decir es lo que nos deja leer poesía. Una maravilla de la vida a plazos, como lo es la luz en los poemas y el oculto discurso de la poesía.


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En la India reza escrito: “Este planeta es el manicomonio de otros planetas”. Esa inscripción milenaria la identifico con la nave estultífera, la nave de los locos. Y cada día creo más que esta babel de sinrazones que observo con evidencia, me lleva a pensar que todo está en una fase putrescible.

Realmente este planeta parece el reducto de otro o, como quería Borges, el producto del sueño de un demiurgo fallido. En este libro de arena que habitamos, deberíamos ir escarbando dentro de uno mismo para, quizás con las manos desgastadas, rozar lo ínfimo que nos conduce a la armonía.


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Stravisnki era un hombre a una nariz pegado y con unas orejas enormes, como las de mi abuelo Cristóbal. Su boca estaba coronada por un bigote laminado y repleto de canas que se entreveraban en su piel sostenida.

Recuerda el músico dos conceptos fundamentales en Poética musical. El primero aclara que el Aeropagita pretende que, en la jerarquía divina, asimilada a la armonía, la posición más cercana de los ángeles, ellos solo puedan articular una sílaba. Lo segundo es el prodigio: la monotonía nace de la falta de variedad; la unidad es armonía de variedades, una medida de lo múltiple.


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Escribir un poema es la recuperación de la naturaleza original. Es lo que percibimos en la obra de Bach, en los poemas de Rilke, en las esculturas de Miguel Ángel o en las pinturas de Velázquez. Lo que Octavio Paz describió con exactitud flamenca: “El artista no se sirve de sus instrumentos –piedras, sonido, color o palabras- como el artesano, sino que los sivre para que recobren su naturaleza original”.


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El punto más oscuro es el que está más cerca del amanecer. Debemos encontrar nuestra naturaleza original, la que reside en nosotros sin que tengamos consciencia de ello. La poesía es la fuente, una de las fuentes más próximas a encontrar la luz que nos invade y a la que, si nos acercamos, solo nos cabe decir una sílaba, como los ángeles de Rilke.

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