martes, 7 de junio de 2011

Solo quisiste ser y eso fue todo.



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No confundamos la eternidad con agotar el mundo de lo posible.



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Asistimos a la vida para algo más que a la muerte.




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Schubert dejó más de ciento veinte obras inacabadas. La mayoría de sus lieders jamás fueron editados ni interpretados. No consiguió estrenar ninguna de sus obras operísticas ni orquestales. Vio a Beethoven en un café de Viena y su timidez hizo que no se acercara aquella tarde a su maestro.
A los pocos años, era uno de los que portaba su féretro por las calles de la ciudad. Al año siguiente, murió. Tenía treintaiún años.



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R.G. me dice que la poesía de A.C. es una fascinación. Lo hace después de haberse embriagado con sus versos, un prodigio, añade. Me lo dice desde la pureza, desde la sinceridad. A mí me alegra que alguien siga emocionándose con la poesía que se puede escribir en estos tiempos. Como cuando él me alumbra el día con la mención de un pintor, un cuadro, una música o un libro, al que acudo raudo y sin miramientos, me agrada contribuir con estas pequeñas y recatadas observaciones que hacen, en la vida de alguien, dirigirse a un horizonte común.
Las obras de arte pertenecen a un espacio en que es necesaria la orientación. En esa vastedad, en esa inabarcable conmoción de arte, la figura de un compañero afín, con sensibilidades diversas y comunes, es fundamental. Por este motivo, cuando alguien me llama por teléfono y me avisa de este u otro libro, cuando alguien me refiere un bibliografía que no conocía, me siento feliz, agraciado, por estar en medio de esa minoría multitudinaria que alumbra en el centro de la noche.



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Toda la tarde con Vivaldi. Del libro de Dante va amontonándose una serie de ideas. De momento, las dejo en la cabeza, reposando, ni siquiera pretendo dejarlas registradas en el diario.
Hay autores que incitan a la escritura. Uno de ellos es Pitol. Los escritores que emanan fervor por la literatura, aquellos que no se compadecen del lector, que no los trata como si estuvieran mostrándole el hielo en Macondo: con desprecio, como bobos, como privilegiados que dominan la literatura. Antes al contrario, los escritores que se sienten, antes que nada, lectores, los que parecen que están leyendo sus obras al mismo tiempo que tú, lector, y que se fascinan por la palabra enjuagada de ficción.

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