SUCEDIÓ al término del último encuentro. Al chocar las manos advertí un frío tremebundo en su piel que se trasladó a mi corazón, al tuétano más recóndito. Su mirada se había vuelto oscura, sus palabras perversas, diabólicamente siniestro era todo él. La disarmonía se apoderó de mí. Temblé. Respiré profundo y aprendí la sospechosa lección de la apariencia.
Todavía recuerdo la enseñanza de Gonzalo de Berceo: el diablo se transfigura en humano porque anhela su claridad e inocencia. Acude a ti, profundamente, en la limpia estación de tu liviandad y mantén firme tu fidelidad a la existencia. Somos el devenir consumado, pero debemos serlo en unidad.