LA LENGUA posee la dinámica misma de la ficción. Cuando ella comienza su acción verbal la ficción es consustancial. Podríamos decir que cuando la lengua funciona, se concilia el funcionamiento de la forma y la idea. hablar de algo es un acto de ficción tanto como escribir una ficción, tan solo los niveles de diégesis o de profundidad o capas de realidad las distinguen.
La lengua crea desde su misma consciencia. Los relatos bíblicos y de otras religiones, así lo demuestran: el hombre haPor esto mismo creo en la tenido consciencia de la fuerza de acción de la palabra sobre la idea de la realidad. Dice Steiner de forma luminosa: "toda la historia de la ficción se aloja en la gramática del pretérito".
El discurso, por tanto, es el grial de nuestras vidas. Dependemos plenamente de lo que verbalizamos y además volcamos en el discurso los sueños, las esperanzas, los recuerdos...todo lo que nos hace realmente humanos en la tierra.
Esto llevado al campo de las manifestaciones individuales nos conduce a la inextirpable posibilidad de decir, es decir, los juicios literarios son en su mayoría irrefutables pues lo tendríamos que hacer con otro discurso. No hay método de juicio del discurso más que el del discurso.
En definitiva, trato de llegar a la conclusión de que no existe método alguno para refutar una manifestación estética (lírica, narrativa o dramática) que no posea o bien argumentos discursivos o bien argumentos lingüísticos. Estos últimos, con los que el estructuralismo quiso llegar a la literalidad, al hecho en sí, ha dado buenos resultados, pero no dejan de ser tanteos que se escurren en la interpretación subjetiva del lector.
Por esto mismo creo en la instrucción individual del espíritu, es la manifestación diáfana de las obras que pertenecen al devenir de la espiritualidad común y ancestral. Así las cosas, puede uno leer a Marcel Proust con el mismo deleite que San Agustín. La materia del espíritu es inmensa y no son irreconciliables los términos de expresión, antes al contrario, son complementarios.
Cuando San Agustín llega a Milán para aprender de San Ambrosio, manifiesta lo siguiente en el Libro V: " Y mientras habría mi corazón para captar la elocuencia con que disertaba, de igual modo entraba también la verdad con que hablaba. [...] la verdad es que aunque no me preocupaba de aprender lo que decía sino tan solo oír la forma en que lo decía mi espíritu acudía a la vez las palabras, que apreciaba, también el contenido, que descuidaba".
Marcel Prout supo reconcilarlo todo en un pasaje de crisol: el tiempo en su propia búsqueda. Una obra que confiere al lector lo propio de la lírica, deshacer el ruido del tiempo en una sola cosa.