A CAPELLA, casi desnuda, es la música de Giovanni Pier Luigi di Palestrina. En su severidad constructiva emerge una profunda serenidad compositiva; cada voz es un litigio con la meditación. Con su obra aprendo que las fuentes que inciten a la composición pueden ser diversas, motetes, madrigales, canto gregoriano y composiciones propias o de otros autores contemporáneos.
Palestrina me conduce, inevitablemente, a Tomás Luis de Victoria. Este compositor y sacerdote ensancha mi pasión por este tipo de artistas que, llegado el momento, deciden retirarse, abandonar la empresa, dedicar ya plenamente las horas al latido del corazón, a la concordia con el mundo mismo.
Es famoso el pasaje en que el músico le escribe a Felipe II advirtiéndole de su necesidad de abandonar su tarea, volver al suelo patrio y dedicar su tiempo al tiempo de la meditación hacia la muerte. Escribió: [...]"gozar de honesto descanso entregando el espíritu a la contemplación divina".[...]
Estuvo en el funeral de su maestro Palestrina, -¿cuál sería su mirada sobre el cuerpo difunto del viejo músico, qué coda final se le vendría como del rayo ante aquella danza del fin y del porvenir?-. Sucede que en la música de estos hombres la religión y la disciplina religiosa acaban por diluirse cuando uno escucha con sosiego los compases. Y es esa quizás una seña de identidad de las obras naturales, las que, aun teniendo en su tiempo contextos y circunstancias inevitables, resurgen más allá de sus días. Esa fidelidad a la obra que muestra no solo Palestrina y Tomás Luis de Victoria, sino muchos otros autores, era la manifestación de que existía una consciencia artística y cultural que ,dudo, exista en la actualidad.