HAY una épica diaria en la escritura de diarios. Si nos arrimamos al étimo de la palabra épica podríamos incluso intuir la necesidad de narrar, sin más, el evento de vivir día a día. Sin embargo, como sucedáneo de la narrativa puede ofrecer posibilidades literarias en las que se podría experimentar y explorar fórmulas de narración.
No necesariamente debe ser un yo el que hilvane los acontecimientos escritos. La pluralidad del yo manifiesto debería ser sinfónico y, además, desplegarse en distintos géneros literarios. En el diario cabe la intimidad de un poema que se está pergeñando junto a la redacción de un relato, la escritura envirotada de un pasaje cotidiano con el censo de las lecturas que termina uno de escribir. Sea cual sea la naturaleza de lo escrito, el diario es una suerte de diván personal que sosiega los demonios personales en forma de literatura.
Casi diez años después de que comenzáramos esta aventura, -ya una necesidad vital-, de escribir a diario seguimos manteniendo las mismas dudas, las mismas inquietudes, acaso el mismo temblor ante la profunda blancura del silencio interrumpido.