viernes, 29 de mayo de 2009

Ráfagas.

Pasar sin ser notado, escindirle una lasca al silencio, construir con ella la casa del ser. Contemplar la engolada caída de los días a raudales, de los días que son uno, únicamente. Eso es la vida entre zarzas, entre pérfidos aullidos de un final que se acerca irremediablemente, avenido de no sabemos qué paraíso inhabitado.


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Márai comienza el año de 1989 afirmando que está sólo en el mundo. Lleva algunos meses recluido en su casa, sin ser notado, sin mantener relación alguna con nadie. Su vida es en sí y eso le basta. Sólo se arrima a la muerte con la cadencia de un torero que danza él solo, en medio de la plaza, con la potencia de su palabra. Dice que sólo escribe de vez en cuando en su Diario, por lo que leemos nosotros ahora es el único latido conocido de Márai. “Espero poder irme en silencio”, sentencia el húngaro. Me levanto de la silla en la que escribo diariamente y dejo escrito esto en un folio. Sólo quiero que la nada lo contemple.

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Estarse es quedarse, pura falacia.

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Ser es querer ser. Y mientras escribo esto, no logro querer escribir más.

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